Pocas cosas resultan tan irónicas como pensar en Madrid —esa ciudad que a menudo se describe como un mar de asfalto y prisas— como un paraíso botánico. Y sin embargo, lo es. Basta con desviarse un par de calles, doblar una esquina sin nombre o sentarse bajo un árbol cualquiera para descubrir que esta ciudad no se define solo por lo que se construye, sino también por lo que deja crecer. Entre rotondas, manifestaciones y fachadas barrocas se esconde un sistema respiratorio natural que ni los urbanistas más sensatos se atreven a subestimar. Los parques de Madrid no son solo zonas verdes : son espejos de su historia, escenarios de su cultura y pequeños milagros cotidianos donde la ciudad, por fin, se sienta a pensar. Aquí, donde los turistas corren entre museos y los locales huyen del tráfico, late otro Madrid. Uno más lento. Más sabio. Más humano. El Retiro Madrid tiene corazón, y se llama Retiro. Nació como un capricho real y refugio de monarcas, y ahora es territorio libre para mús...